
Siempre hemos oído que a fin de llevar una vida sana y equilibrada, las 24 horas del día deben repartirse equitativamente en tres tercios idénticos: 8 para el trabajo, 8 para el ocio y las necesidades personales, y 8 ocho para dormir.
Está claro que esto sucedería en un mundo ideal en el que no existieran las horas extras, los briefings de hoy para ayer, los atascos de tráfico, los niños no despertaran a media noche a los padres, nuestras mascotas domésticas no tuvieran embarazos psicológicos, el metro y la renfe no se retrasaran constantemente, etc., pero eso es otra historia para más posts.
Una de las cosas que ha cambiado la tecnología es la forma en que organizamos nuestro tiempo y, por lo general, la distribución normal que hacemos de nuestro tiempo descuadra por completo la distribución de 8 + 8 + 8 horas.
Me cago yo en las encuestas de Yahoo y la consultora OMD sobre los hábitos diarios.
Me explico, si sumamos el tiempo que dedicamos a la televisión (2,5 horas diarias), a chatear por el messenger (1 hora), a atender el correo electrónico (1,2 horas); escuchar la radio (1,3 horas) y a navegar por Internet (3,6 horas) nos salen 9,6 horas. Contemos luego las 8 horas de trabajo (¡joder, qué jornada tan afortunada!) y las 1,2 horas de transporte, y habremos consumido unas 18,8 horas. Todavía dedicamos 4,5 horas a la familia, y así llegaremos a las 23,3 horas. Vaya, ¿seremos capaces de reponernos de una jornada tan intensa durmiendo algo más 40 minutos? Chungo parece.